Un mundo sin patentes: la industria farmaceútica

De entrada en ninguna industria los argumentos convencionales de la Teoría Económica contra el copyright, los derechos de autor y las patentes son tan válidos como en la industria farmaceútica.

Sin embargo, pocos sectores industriales han conseguido afianzar mejor en la población la falacia de la necesidad de su monopolio -seguramente el de mayores costes sociales.

La realidad sin embargo es bien distinta. El último libro de los profesores en UCLA Michele Boldrin y David K. Levine no sólo no hace ninguna excepción, sino que recogiendo todas las referencias del análisis económico de los últimos años, la dan como ejemplo de una industria donde la patente ha resultado desincentivadora para la innovación.

En realidad hacia donde apuntan los análisis económicos es a señalar que el efecto del sistema de patentes farmaceúticas a lo que ha llevado ha sido a la generación de una costosísima industria improductiva y altamente concentrada: las patentes no han financiado la innovación y el I+D sino el marketing y la concentración monopólista:

Como escriben Xabier Barrutia Etxebarría y Patxi Zábalo Arena, profesores del Departamento de Economía Aplicada de la Universidad del País Vasco en unartículo republicado por CIDOB:

el gasto en marketing es un elevado coste fijo que, al igual que la investigación, dificulta la entrada de nuevas empresas en el sector y facilita el monopolio. Así, el marketing es muchas veces un área de colaboración y alianzas estratégicas entre las empresas farmacéuticas. De hecho, los gastos de marketing son cada vez mayores. En 2000, las empresas farmacéuticas innovadoras de Estados Unidos empleaban un 81% más de personal en marketing que en investigación y desarrollo (I+D). Y ésta es una proporción creciente, puesto que en 1995 el personal dedicado al marketing sólo era un 12% mayor que el ocupado en I+D, que incluso ha descendido ligeramente desde entonces (Sager y Socolar, 2001).

Imaginar un mundo sin patentes farmaceúticas no consiste en buscar incentivos alternativos, sino en imaginar como los incentivos de mercado van a poner en marcha de nuevo la competencia por innovar, crear nuevos medicamentos y tener líneas más efectivas de investigación y baratas de producción, acabando con la competencia actual, centrada en el costosísimo control de los canales de prescripción y el asalto mediante lobbies de las instituciones reguladoras (básicamente la EMEA europea y la FDA norteamericana, financiadas por cierto, en más de un 75% por la propia gran industria). El sistema ha funcionado: según datos de la propia industria, los cinco mayores laboratarios acaparan el 25% del valor de la producción mundial. No nos engañemos, las grandes farmaceúticas colaboran más que compiten en aquello que la patente les fundamenta: el bloqueo de posibles nuevos concurrentes. Que se lo digan si no a ilustres innovadores zancadilleados en el proceso regulatorio, como PatarroyoZeltia.

Una industria farmaceútica sin patentes significa que el tiempo de explotación exclusiva de los medicamentos se reduciría por debajo de los cuatro años. Conforme avanzara la tecnología de síntesis es probable que llegara incluso a rondar los dos años, que es el record actual de plagio, acusado aunque nunca demostrado en el caso del Warfarin, la versión genérica de un anticoagulante llamado Coumadin patentado originalmente por DuPont Pharmaceuticals Inc.

Lo interesante del caso Coumadin es que sigue generando unos ingresos de unos 500 millones de dólares anuales a DuPont. Según el Wall Street Journal el gasto mensual por paciente costaría 35.50 dólares frente a los 28.60 del genérico. Sin embargo, a pesar de la diferencia de precios, Coumadin sigue reteniendo casi el 80% del mercado.

Algo parecido nos dice la experiencia del Zovirax, la famosa pomada contra el herpes labial, quien a pesar de existir un genérico (aciclovir) hasta seis veces más barato, conserva diez años después un 66.5% del mercado.

Esto se debe a que en los países ricos, los mayores consumidores mundiales de medicamentos, los precios en relación a las rentas medias, son lo suficientemente bajos como para que los consumidores mantengan estrategias conservadoras y fidelidad a las marcas. Los grandes beneficiarios de los genéricos son los países periféricos, los sistemas nacionales de salud y a través de estos las personas de rentas más bajas.

Pero por lo mismo, en la industria farmaceútica, el que llega primero, el innovador, tiene incentivos más allá de la patente suficientes como para justificar y rentabilizar sobradamente el I+D. Hoy Coumadin sigue siendo el producto estrella de DuPont, fundamental dentro de las cuentas de la multinacional, a pesar de haber sido uno de los pocos casos donde la aparición casi simultánea de un genérico crea una situación asimilable a la que se daría en ausencia de patentes.

Un mercado farmaceútico sin patentes vería pues con toda probabilidad una inversión mayor en I+D pues sólo la innovación garantizaría rentas extraordinarias temporales cercanas a las de monopolio. Pero también vería una rápida extensión de las innovaciones, bajo la forma de genéricos, en los países menos desarrollados.

En algunos segmentos como los fármacos ligados a epidemias, llevaría sin duda a las farmaceúticas a aceptar riesgos mayores manteniendo stocks disponibles más amplios pues ante una amenaza de pandemia los laboratorios de genéricos podrían ocuparle parte del mercado. Lo que en estos días estamos viendo en Europa con el Taminflu es conocido de sobra en los países periféricos, con un alto precio en vidas humanas, algo que podríamos llamar el precio social de la patente.

Pretender solventar estas situaciones mediante compra -es decir, sólo cuando afectan a los países ricos- es inmoral (sobre todo después de las experiencias con la malaria en buena parte del Tercer Mundo o el SIDA en Sudáfrica). Pretenderlo mediante expropiación contraproducente, pues existiendo las patentes, reorientará las inversiones hacia otro tipo de enfermedades y frenará la investigación de fármacos ligados a las nuevas epidemias.

La única solución a medio plazo, como siempre, es la devolución.

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